Discurso completo de Luis Mateo Dez por el Premio Cervantes: “La infancia encamin mi destino de escritor” | EUROtoday

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Vivir contando y contar viviendo

“Majestades,

Autoridades,

Amigas y amigos,

He tenido la suerte en mi vida, entre tantas otras como la que aqu me trae esta maana, que es sin duda la ms importante de todas, de haber sido dueo de una infancia que, aunque suene un poco exagerado, encamin mi destino de escritor.

La infancia, deca Cesare Pavese, es el tiempo mtico del hombre, lo que a cada uno corresponde de esa edad originaria en que todo nos llega y sucede por vez primera, el asombro de la luz en la inocencia, sentimientos y emociones que van a marcarnos de forma indeleble, el patrimonio de lo primigenio, la experiencia de lo primordial.

Fui un nio de posguerra y el lastre de ese tiempo histrico detalla en la memoria atmsferas y sucesos que la empaan, de manera que una infancia en esos aos puede destilar un apego de tristeza y desolacin, lo que tantas prdidas suponen entre las familias y los vecindarios y, sin embargo, la geografa y el paisanaje de mi niez no llegaban a enturbiarse del todo, supongo que porque la suerte de los afectos se sobrepona a la desgracia de tantas desdichas.

Decir que la infancia encamin mi destino de escritor quiere expresar una curiosa suerte de reconocimiento, ya que en ella, en los aos primerizos, mi necesidad de escribir para contar lo ms ajeno a lo que a mi me suceda, si es que en la niez hay sucesos reseables, me produca un efecto beneficioso, como si hacerlo con las mnimas habilidades de que pudiera disponer, supusiese una curiosa satisfaccin.

“Haba variedad de vidas y aventuras y suficientes personajes para sentir que con ellos contraeramos una deuda a saldar

Un nio escritor no me parece el ejemplo de nada particularmente valorable, si tal condicin conlleva sin remedio el riesgo de aquel repelente nio Vicente, que en la deliciosa novela de Rafael Azcona haca redacciones sobre la vituperable vida de las moscas.

Lo mo tena intenciones menos vituperables y ms secretas, ya que tard mucho en apreciarse, y corresponda a una especie de tensin, bastante emotiva, por cierto, que me haba convertido en un diminuto ser embelesado por lo que escuchaba en las veladas nocturnas, propias de las costumbres vecinales de mi Valle, fuentes de la oralidad y cercanas a una cierta antropologa de las culturas populares como llegu a saber, y lo que algunos de mis maestros nos lean a sus alumnos en el aula por las maanas.

Escuchar lo que la voz cuenta, el relato de lo ancestral y folklrico, lo que con el tiempo ordenara en su justa medida leyendo La rama dorada de Frazer, y lo que la voz lee, libro en mano y en la dimensin en la que, entre otras cosas, lo annimo cede a la escritura y al autor de la creacin propiamente literaria.

Mi destino de escritor, nada menos, ya ven ustedes con que facilidad la vida me encaminaba y encandilaba, con el sustrato primitivo de una fascinacin y un embeleso, de tal modo que escuchar y escribir unan lo que leer y contar tenan de aliciente y acicate.

Un maravilloso entretenimiento que dara razn de ser a ese destino irremediable, si ustedes consideran la vicisitud en que ahora mismo me encuentro, intentando dar cuenta de dnde proviene el narrador que les habla y que, sin remedio, lleg a comprender como contrapartida en cuanto adquiri la lgica distancia aquello que afirma Rilke de que la infancia es la patria perdida del hombre.

Entre los primeros libros que en las manos de algunos de mis maestros resonaban con la fuerza y el donaire de sus invenciones, la voz de aquellas novelas que posibilitaba que los alumnos de las Escuelas Graduadas escucharan embelesados en los pupitres, librados de las madreas antes de entrar al aula, y sentarse cabizbajos, haba variedad de vidas y aventuras y suficientes personajes para sentir que con ellos contraeramos una deuda a saldar, la que poco a poco nos comprometa a hacerlos nuestros, aventureros y vividores que haran ms frtiles nuestras propias imaginaciones y ensueos y a los que hasta en nuestros juegos infantiles imitaramos.

El libro que escuch con mayor deleite y aprovechamiento, en alguna de aquellas versiones apropiadas de nuestros clsicos, fue Don Quijote de la Mancha, y puedo recordar muy bien la maana de su primera lectura, cuando en el invierno del Valle la nevada nos robaba el recreo, y el incipiente caballero vena de mucho ms lejos de lo que me permitieran percibir los copos que alborotaban los ventanales de la escuela, de la llanura de un sol agostado o de los horizontes que propiciaban la impiedad del enajenamiento para los caballeros que iban a desfacer entuertos como quien sale de casa para remediar el mundo.

“Poco a poco en el mundo que iba creando, esos seres de ficcin tenan, todava sin mucha conciencia por mi parte, una incierta imagen quijotesca”

Don Quijote no era un hroe que yo pudiese contabilizar al lado de los que en los tebeos, y en las escasas pelculas que por entonces pudiera ver, mantuvieran la aureola de unas acciones, que ni siquiera necesitaban ser hazaas, para erigirse en protagonistas extraordinarios, seres prodigiosos capaces de hacernos estallar de emocin en las vietas o el tecnicolor.

Mi relacin con don Quijote, ya con algn viso de melancola infantil en el invierno de su primer conocimiento, tuvo un aliciente misterioso, rodeado de algn secreto deslumbramiento, que en nada ataa a los personajes que ya me hubieran asombrado, y a quienes en la dimensin de los reyes de la selva o los robines del bosque, se iran lentamente fosilizando, como hitos que perduraran en sus convenciones, no menos inolvidables que triviales.

Don Quijote llegaba para quedarse conmigo como un hroe no menos inquietante que entraable, del que bastante tiempo despus, cuando el incipiente narrador en que habra de convertirme, heredero a veces avergonzado de aquel nio escritor que, por suerte, nunca hizo una redaccin sobre la vituperable vida de las moscas, comenc a saber que no era un hroe, que el Caballero de la Triste Figura tena otra catadura como figura enaltecida en la gloria de quien lo haba creado, y que ms bien de un antihroe se trataba, de un reincidente perdedor, trmino que nunca me gust pero que no deja de ser significativo, abocado a las perdiciones y los fracasos, por muy ensoados que se forjaran.

La idea del hroe que no lo es, ya que ms bien de un antihroe se trata, no iba a quedarse ah, pues cuando mis personajes comenzaron a aflorar, en cuentos y novelas primerizas y, no tardando, en otras ficciones donde yo iba encauzando los bienes del aprendizaje y los vislumbres del quien va dando cuenta de ese aprendizaje se apreciaba una transformacin en ellos de la identidad heroica.

Poco a poco en el mundo que iba creando, esos seres de ficcin tenan, todava sin mucha conciencia por mi parte, una incierta imagen quijotesca, una atrabiliaria fisonoma de perdicin y extravo, a la que no era accidental la fragilidad de su voluntad luchadora por la vida, el afn de vivirla y sobrellevarla con el rendimiento de la generosidad que aade un valor a la propia induccin del fracaso, si perder es perderse y andar perdido o por caminos de perdicin.

La entidad de mis personajes no estaba, as, eximida de una incierta heroicidad, tan cervantina y quijotesca, en aras de una imaginacin liberadora y redentora, siendo acaso hroes del fracaso, como as me gust denominarlos, pero no por la precariedad de quien prescinde de la pasin de vivir, de la aspiracin del vividor que puede fracasar en sus extravos o ideales, a quien la realidad derrota con el sufrimiento de una voluntad herida o de un sentido comn contrariado.

Ya ven ustedes a que planteamientos de lucidez y conquista imaginaria puede llegarse, desde la emocin primitiva que supone apropiarse de un don Quijote que vino en la voz lectora de un maestro que lo lea a sus alumnos en una maana de invierno y nieve que no permita salir al recreo.

“Yo, pacientemente, velaba las armas del novelista, escriba con tesn y rigor buscando mis modelos”

Configurar al hroe, derivar de l la identidad de unos personajes que asumen una heroicidad de extravo, derrota y lucha, me resulta sin duda uno de los elementos sustanciales no ya de mi potica de narrador, tambin y, ante todo, de la vocacin de la escritura a la que, al parecer, propenda aquel nio cautivado que escuchaba con un deleite que a buen seguro no sera capaz de explicar, ni siquiera de confesar con la emocin de su arrobamiento.

De una vocacin de la escritura se iba a tratar, de lo que la vocacin supone de inclinacin y llamamiento, tambin de inspiracin hacia algo, si en esa propensin se advierte hasta un cierto instinto que en la escritura, en la palabra y su representacin existe hasta algn grado de apetencia apasionada, siendo esa necesidad de escribir, esa inclinacin irremediable, un buen sustento del don de tenerla, como si la necesidad implicara la propia capacidad para hacerse frtil.

El escritor vocacional era un narrador que, entre otras cosas, asuma la vida como una narracin, la invencin de vivirla y contar el cuento de su experiencia con la imaginacin que procuraba las claves de hacerlo, que en su caso no podan ser otras que las abocadas a lo que pudiera considerar una conquista en lo ajeno, el devenir de otras vidas que no fueran la suya pero que, al contarlas, ya pertenecan al propio conocimiento y a enriquecer la vicisitud de su experiencia particular y limitada.

La vida que se cuenta, la vida que se descubre escribiendo, si entendemos que escribir es descubrir, y la creacin de un mbito imaginario al que la aspiracin no se conforma con la mera narracin de la misma, si la invencin de quien escribe quiere llegar a constatar o sugerir su sentido.

Contar la vida era mi aspiracin, supongo que la revelacin de tantos cuentos y voces contadoras, ntimamente unidas a las propias de los grandes maestros de la ficcin, a lo que el conocimiento significa en el patrimonio de la imaginacin literaria, ahormaba y fertilizaba el largo proceso de aprendizaje en el que yo, pacientemente, velaba las armas del novelista, escriba con tesn y rigor buscando mis modelos y, en cualquier caso, intentando sentirme heredero de cuanto pensaba que me enriqueca al llegar a mis manos.

La vida y el sentido de la misma, una socorrida encomienda para encaminar mis ambiciones, por derivas que emparentaban la tensin de la escritura, su apropiacin y poder dirigido a un estilo, con la opcin que comprima lo que estaba contando hasta un extremo de sugerir simbolismos e imgenes metafricas que, aunque sin remedio, me alejaran de un latente realismo, no dejaran de expresar, o mejor iluminar, las otras realidades paralelas, las ms propiamente irreales.

La consecuencia del camino por el que andaba y que sigo transitando sin remedio, da a da con mayor reto y desapego o desaire hacia cualquier convencin que me incline a bajar la guardia, tena el acarreo de muchas convicciones, seguro que todas razonables y discutibles, y entre ellas aquella que tanto le gustaba a Borges de que la irrealidad es la autntica condicin del arte.

“La pasin de escribir se compaginaba durante muchos aos con la indolencia de hacerlo”

La verdad es que debiera reconocer una precaria incapacidad para escribir lo que me pasa, lo que en mi existencia sucede, lo que mi biografa propone, nada me interesa menos que yo mismo, y lo digo con una radicalidad sospechosa pero no mendaz, lo digo porque de esa actitud, de esa situacin, proviene, no menos sin remedio, lo que narrativamente me importa, el inters de ese cuento de la vida que pretendo con la conquista de lo ajeno.

Si tuviera que contestar en este sentido a la pregunta de qu es lo ajeno, fcilmente me saldra por la tangente afirmando que lo contrario de lo propio, y al caer en esa obviedad dejara sin resolver un asunto de ms enjundia, pero podra quedar satisfecho pensando que lo que no es mo es de otros, y esos otros, en los trminos de la ficcin son de quienes pretendo apropiarme, precisamente por el conducto de la invencin: imaginndolos, dndoles encarnadura imaginaria, revelando sus vicisitudes, llevndoles lo ms lejos posible de lo que yo soy y quiero, entregado a su causa sin hacerla ma, siempre a su servicio.

De una conquista en lo ajeno se trata y, como tal, con un grado de conocimiento y reserva que me impida interferir en la vida y destino que mis personajes obtienen, siempre al albur de unas existencias que, con la misma intensidad, me reclaman y rechazan.

Son ellos, son otros, no me pertenecen, y es en la reclamacin donde ponen a prueba mi capacidad de inventarlos, una suerte de hilo conductor que va y viene sin otro compromiso que el de la escritura.

Esa conquista, como cualquier otra que se sustancia en la ficcin a que me veo solicitado, jams rebasa los lmites de la escritura, el universo literario en que estoy movindome para que quienes lo habitan sean dueos de sus actos y alcancen la solvencia de su identidad o alimenten la trama que conjuga su destino, tiene su nica razn de ser en lo escrito, en lo que Manuel Longares denomina la vida de la letra, materia exclusiva de la misma vida imaginaria, la que a la letra debe su esencia literaria y verbal.

Si he estado ofreciendo hasta este momento ideas y razones, y tambin sensaciones que siempre resultan menos fidedignas, de dnde vengo como escritor, cmo se encamin mi destino desde la lejana de aquella infancia arrobada, convendra aventurar alguna orientacin sobre dnde me encuentro, en qu clculo de previsiones me entretengo, si con la propuesta de rendir cuentas personales esta maana no he querido otra cosa que agradecer una distincin, y aprovechar la circunstancia de estar subido en esta suerte de plpito que propicia el examen de conciencia y la predicacin.

La pasin de escribir se compaginaba durante muchos aos con la indolencia de hacerlo, y en esa contradiccin el narrador encontraba un penoso aliciente de disimulo y desidia, pero era una situacin engaosa que la propia edad fue corrigiendo y en seguida, desde el propio aliciente y alimento de la lectura, tan compaginada con la misma experiencia de la escritura, se fundi definitivamente la pasin con que la vida se hace deudora de la ficcin, la suerte de vivir en lo imaginario lo que la misma vida no da de s.

“El universo literario en que estoy movindome, tiene su nica razn de ser en lo escrito”

No haba pleito alguno, el destino estaba claro, la indolencia apenas supona una muestra de disipacin derivada de las vehemencias juveniles, y lo que no tard en demostrarse fue la intensificacin de la necesidad, el cauce que en la misma alargaba la pasin de escribir como el definitivo modo de vivir, y el hecho de que la experiencia de lo imaginario fuese el mejor conducto del conocimiento, con el aliciente aadido de lo que significaba aquella afirmacin de Irene Nemiroski de que toda gran novela es un callejn lleno de gente desconocida.

Gente que se acumula en el conocimiento como ampliando el espejo de lo que nos gusta descubrir y contrastar con nuestra sensibilidad, memoria y conciencia, de modo que, como en todos los trminos de las distintas artes, en los de la creacin en todas sus formas y opciones, constatamos ese compromiso con la vida al que deberamos aspirar, ya que las artes nos enriquecen y hacen mejores, adems del placer que proporcionan.

Convendra, pues, y para ir terminado, indicar, aunque solo sea como previsin, dnde me encuentro ahora literariamente, con la inquietud de un octogenario de salud razonable, y conciencia de las ausencias correspondientes, ya que la edad que procura supervivencia hace irremediable a la vez el curso de las desapariciones, y donde me encuentro es en algn punto de una obra que, por prolfica, puede iluminar lo que con la reiteracin enriquece el mundo que la contiene, si ese mundo gana en complejidad, que as lo espero, sin que la reiteracin en ningn caso suponga repeticin, que sera un signo de acabamiento, y con el riesgo asumido de verme con un cmulo de ficciones que, sin avalar la posteridad, s lo hagan con la condicin de pstumo, fruto de la sobrecarga de una escritura que sostiene en su demasa un aliciente de la vida, si la fertilidad de vivirla ya no ofrece otras opciones tan radicales.

Vuelvo a recordar a mis personajes, que a veces casi se me convierten en personificaciones, y recupero la imagen de aquel hroe invernal de mi infancia que est en el subsuelo de todos ellos, que pervive en el espejo de su lucha por la vida y la quimera, lo que la imaginacin procura para que la realidad, y sus precariedades y afrentas, no culmine la derrota, aunque sea en la experiencia de la muerte cuando el caballero de la triste figura cubra el lmite de sus hazaas, desde el trance de una locura redentora a la quimera y, finalmente, a la cordura que ensalza y redime la existencia trastornada de quien sali de casa para salvar al mundo.

Mis personajes no tienen tanta nobleza pero son conscientes de alguna ejemplaridad heroica, ya que sus aventuras se consuman al doblar las esquinas donde aguarda el destino y la consecuencia de alguna perdicin o la expectativa de un sueo que pudiera salvarlos.

A ellos vivo entregado, ya que son ellos quienes me salvan a m.

Muchas gracias por su atencin”.

Luis Mateo Dez es el ganador del Premio Cervantes 2023.


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