Cómo convertir millones de años en un instante mágico sin mirar el reloj
Imaginemos a unos legionarios romanos que hubieran sobrevivido a los tiempos y estuviesen paseando por el Londres de hoy en día. Con un desajuste temporal de este calibre, el divulgador científico Marcus Chown nos invita a reflexionar acerca de las ondas gravitatorias interceptadas el 14 de septiembre de 2015, una fecha que quedará marcada para los restos en la memoria de la comunidad científica.
Porque dichas ondas gravitatorias fueron el resultado de la fusión de dos agujeros negros, vestigios de las primeras estrellas que se formaron tras el Big Bang. De esta manera, un viaje de 1.300 millones de años fue interceptado gracias a la red de detectores del proyecto LIGO, donde interferómetros láser van a determinar longitudes y velocidades de onda midiendo cambios diminutos en la trayectoria de la luz, según nos cuenta Chown en su libro titulado El instante mágico (Blackie, 2021). Un trabajo muy instructivo donde nos desglosa los diez descubrimientos que cambiaron la historia de la ciencia; un viaje que nos lleva desde los laboratorios europeos hasta un búnker construido bajo una central nuclear, pasando por un túnel subterráneo excavado bajo la frontera franco-suiza. También aparecen Einstein, Pauli, Dostoyevski, Arthur Clarke y Charles Dickens junto a científicos que celebran sus descubrimientos brindando con Coca-Cola en vasos de cartón.
La cosa no acaba aquí, pues, como si se tratase de una serie de ciencia ficción, en el último capítulo Chown nos cuenta el descubrimiento de las ondas gravitacionales ocurrido en septiembre del 2015. Hasta ese momento, la existencia de ondas gravitacionales era una mera hipótesis. Einstein dudó mucho acerca de ellas para finalmente asegurar que las ondas gravitatorias tenían que existir. Las sacudidas del espacio-tiempo crean ondulaciones que se propagan a la velocidad de la luz, de eso estaba seguro Einstein, pero no estaba tan seguro de que se pudiesen detectar.
Por ello, según nos cuenta Chown, la detección de ondas gravitatorias fue el “avance más significativo producido en el ámbito de la astronomía desde que Galileo apuntara su telescopio hacia el firmamento en 1609″. Con todo, no fue una publicación científica quien primero dio la noticia, sino un tuit de Lawrence Krauss, antiguo cosmólogo en Arizona State University y que no pertenecía al proyecto LIGO aunque estuviese enterado del descubrimiento. Pocos días después de que se detectaran las señales, el 25 de septiembre, Krauss reveló el secreto por la red social del pajarito azul. Lo que vino a confirmar el rumor fue el artículo del 11 de febrero del 2016 en la revista científica Physical Review Letters.
Aquel día la ciencia dio un giro, de la misma manera que nuestra vida daría un giro si nos enterásemos de que unos legionarios romanos de la época del imperio sobreviven en el Londres de hoy a través de los tiempos. Resultaría tan asombroso como saber que las ondas gravitatorias que sacudieron la Tierra aquel 14 de septiembre del año 2015 fueron los vestigios de dos estrellas que colapsaron hace millones de años, cuando el organismo más complejo de la Tierra era una bacteria.
Sin duda, algo tuvo que pasar desde entonces para que dos agujeros negros se fusionasen al compás de una sinfonía cósmica y convirtiesen todo ese tiempo en un instante mágico.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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Source: elpais.com