La India sigue siendo una gran desconocida. No es la China omnipresente, ni el influyente mundo árabe, tampoco la voluble y prometedora América Latina, eterna candidata al futuro. Está allí, agazapada, lastrada por el peso de su pobreza y atrapada en la doble imagen de la espiritualidad y el subdesarrollo. Cuántas noticias de la India han leído ustedes recientemente en la prensa española y cuántas de ellas tienen un tinte dramático y alarmista. Hace 40 años que oigo a mis compatriotas occidentales vaticinar el inminente colapso de la India, pero la India sigue allí, avanzando con el trote lento, pero seguro, de un majestuoso elefante.
La India no es una potencia emergente, sino emergida, aunque a veces nos cueste reconocerlo. Es la quinta economía del mundo tras haber superado a su antiguo colonizador, el Reino Unido. No es un país pobre, aunque todavía posea el mayor número de pobres, 228 millones. En los últimos 15 años, 411 millones de indios han salido de la pobreza y, sin embargo, la perplejidad invade al viajero, que no alcanza a vislumbrar los signos de la nueva prosperidad india al carecer de referentes pasados.
La India que yo conocí en la segunda mitad de los años ochenta, cuando fui a Benarés a estudiar sánscrito, era naturalmente mucho más pobre y tradicional. Era una India autárquica en la que casi no había productos extranjeros: ni coca-cola, ni patatas chips ni electrodomésticos sofisticados o coches extranjeros. Todo hecho en la India: desde el bolígrafo hasta el camión, desde la azada hasta los cohetes del programa espacial. Era la India del reino de las licencias (licence raj): un sistema centralizado de permisos y regulaciones que asfixiaba el crecimiento, favoreciendo a unos pocos y alimentando los bolsillos de una clase corrupta.
La asfixia llegó a tal punto que a finales de 1990 la India solo tenía reservas de divisas para dos semanas. El país se encontraba al borde de la bancarrota y acabó aceptando las condiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) para liberalizar la economía. A partir de aquí el crecimiento fue imparable. No solo aumentó la prosperidad, sino que se arrojaron las semillas de una apertura cultural. La introducción, en los años noventa, de la televisión por cable, con decenas de canales tanto indios como extranjeros, y la aparición de internet abrieron las puertas del mundo a millones de indios que hasta entonces habían vivido en una especie de autarquía cultural, consumiendo su propia música, literatura, cine y espectáculos.
El mundo entraba a borbotones por las pantallas digitales y la gente iba cambiando hasta en su forma de vestir. Hasta los cuerpos han cambiado y el físico de las nuevas generaciones nada tiene que ver con las anteriores. Desde entonces el ritmo de crecimiento se ha ido acelerando cada vez más. La India actual no es solo muy diferente de la de los años ochenta, sino también de 2007, cuando llegué a Nueva Delhi para abrir el Instituto Cervantes. Entonces el PIB indio era inferior al español. En la actualidad, va camino de triplicarlo.
A mi entender, la India tiene cuatro fortalezas que cuando las miramos con ojo crítico son también sus debilidades: el pluralismo, el conocimiento, la democracia y una población muy joven. El pluralismo de la India es multicultural, multirreligioso y multiétnico. El pluralismo indio no es solo un legado de Nehru, sino que se inscribe en una larga tradición secular acostumbrada a la gestión de la diversidad. Su cara oscura es el comunalismo, que se manifiesta en los conflictos religiosos, étnicos y de casta. La pasión india por el conocimiento se hace patente en las legiones de ingenieros, médicos, informáticos, científicos, intelectuales, etcétera, que salen de los centros educativos indios y que se reparten por todo el mundo. Basta ver la lista de consejeros delegados indios de las grandes compañías tecnológicas. La India es una potencia educativa, pero al mismo tiempo persisten grandes bolsas de analfabetismo y hay una masa ingente de trabajadores poco cualificados.
La democracia india tiene una sociedad civil más robusta de lo que parece a simple vista y que sabe movilizarse cuando lo necesita. Su cara oculta son la desigualdad, el clientelismo, las mafias locales y la corrupción, que persisten sobre todo en las zonas rurales. La juventud de la población es una de las grandes ventajas que se manifestará en los próximos años, especialmente en su competición con China, pero el punto débil es la superpoblación, la escasez de recursos y la degradación ambiental. La India tiene un grave problema de contaminación, un problema que no se puede esconder bajo la alfombra.
Deberíamos dar una oportunidad a la India. Estoy convencido de que su entrada en la arena internacional, como un agente de peso, solo puede ser beneficiosa para la humanidad y contribuirá a un mayor equilibrio geopolítico, a un cosmopolitismo de verdad y no sólo de matriz occidental, a un incremento del conocimiento y a una difusión de la diversidad cultural que encuentra en la unión y convivencia de los pueblos su verdadero marco de referencia. Como dice el refrán sánscrito: el mundo es una gran familia (vasudhaiva kutumbakam).
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Source: elpais.com