Junto a ‘Orlando, ma biographie politique’, la representación española se completa con la enfebrecida, vibrante y radicalmente viva ‘Matria’
Llevar el lenguaje de la filosofía al cine puede ser entendido, en su radicalidad y lirismo, un esfuerzo transgénero. Los sintagmas esencialmente normativos de la gramática, del pensamiento productivo y del sentido de lo dado –en una doble acepción como destino o dirección hacia algo más o menos absoluto y como desvelamiento de lo oculto– adquieren de golpe en la pantalla la dimensión táctil y hasta festiva de lo inmediato, de lo visible, de lo difícilmente categorizable en la lógica asertiva. O binaria, que es lo mismo. Decía el desaparecido Godard que el cine es un signo y los signos están entre nosotros. Y seguía: “El cine es lo único que nos ha dado un signo. Los demás nos han dado órdenes. El cine es un signo para interpretar, para jugar con él, y hay que vivir con él”.
Y el filósofo Paul B. Preciado ofreció en la Berlinale un buen ejemplo de todo lo anterior: de pensamiento riguroso aplicado a la esencia transfronteriza del cine, del cine como signo. La primera película como director del pensador español más universal, Orlando, ma biographie politique (Orlando, mi biografía política), es una profunda y a la vez gozosa reflexión sobre sí mismo que quiere serlo también sobre la nueva realidad de todos nosotros.
Preciado se define a sí mismo como hombre trans de cuerpo no binario y su credo hace pie en la superación de los esquemas asertivos que determinan la diferencia sexual. Dicho así parecería un comentario al pie de la recién aprobada Ley Trans y, en realidad, es más bien al revés. La nueva norma sería la constatación de lo que está pasando (de lo que nos está pasando) y de lo que Preciado es riguroso albacea.
La película sigue los pasos a la novela de Virginia WoolfOrlando. Dice el director, y lo hace con su propia voz en la cinta, que él quería contar su vida, pero que en realidad su vida ya la contó antes que él hace un siglo la escritora británica en el texto del joven que creció hasta convertirse en una mujer de 36 años. El viaje, que también es transición, de Orlando es el mismo que el de todos los cuerpos no binarios y Orlando está en todo el mundo. Preciado se apropia de la voz auténtica de muchos de esos ‘orlandos‘ hasta confundirla con la suya propia, y así hasta crear un brillante, poético y hasta incandescente tapiz apretado que acaba por ser la mejor representación, viva y cambiante, de una realidad que también es lucha. Cada Orlando es una pelea a riesgo mismo de la vida contra las leyes gubernamentales, contra la historia, contra la psiquiatría, contra un feminismo “esencialista y patriarcal”, contra la idea tradicional de la familia y, llegado el caso, contras las compañías farmacéuticas.
Dice el propio director en la presentación de la película: “Si masculino y femenino son en última instancia ficciones políticas y sociales, ‘Orlando, ma biographie politique‘ quiere mostrarnos que el cambio ya no se trata solo de género, sino también de poesía, amor y color de piel”. Y, en efecto, donde se hace grande la película no es tanto en su carácter de testimonio, reivindicación o, incluso, debate (que también), sino en la certeza y claridad tanto del dolor ante el desprecio como de la alegría cuando llega el reconocimiento. Este nuevo ‘Orlando‘ (no conviene olvidar la espectacular obra maestra de Jane Campion de 1992) es sobre todo poesía humanista para la libertad. Este nuevo Orlando no da órdenes, ofrece la claridad del signo que es el cine. Brillante sin duda.
EL MATRIARCADO DISCUTIDO
Si la película de Paul B. Preciado se presentó en la sección Encuentros, la otra propuesta española del día lo hizo en Panorama. Y, aunque se estorben una a otra por aquello del titular, lo cierto es que la decisión se antoja hasta coherente. ‘Matria‘, de Álvaro Gago y con una María Vázquez estelar de puro descarnada, se coloca, como su compañera de baile en los azares de la programación, en un espacio tan íntimo y personal que no puede ser por menos que exclusivamente político. El hecho que lo que se discuta es el supuesto matriarcado gallego como una expresión más de la sumisión de la mujer, coloca a las dos producciones, aunque sea desde puntos de vista muy diferentes, en la misma sintonía anti-normativa (digámoslo así).
‘Matria‘ sigue los pasos a una mujer de nombre Ramona. Y no es fácil. Ramona trabaja en una empresa de limpieza industrial a la vez que lo hace recogiendo mejillón. Y todo ello, mientras pelea con su hija de 18 años, con su marido, con su jefe que quiere bajarle el salario y con todo aquél que se atreve a discutirle su espacio y su palabra. La película se pliega con acierto, y lo hace sumisa, a los movimientos de su protagonista, enfebrecidos y calmos, violentos y tiernos, enérgicos y desmayados, divertidos e hirientes, todo a la vez, hasta extraer del cuerpo menudo de una actriz descomunal un retrato iluminado de la misma vida. Sin más.
Antes del largometraje recién presentado, y con el mismo título, su director confeccionó un documental. Aquél relataba la vida de Francisca a cuerpo (y tiempo) real. La textura de lo cierto guiaba los pasos a un trabajo pensado para ser testigo. Ahora, esa misma piel rugosa de la realidad es la que ordena cada toma planeada como un arranque de sinceridad. “Mi idea era expandir el universo de la protagonista de la primera película y hacerlo con una capa de ficción completamente transparente”, razona Gago. Cuenta el director que entre las primeras motivaciones para la película estaba el refutar el falso mito del matriarcado gallego que viste de empoderamiento lo que, en verdad, no es más que una forma más de explotación. Y se corrige y añade que lejos de él la tentación de la proclama. “A lo político por lo íntimo”, insiste.
El resultado es una película que antes que simplemente verse, se vive y se siente como un golpe, como un incendio. Eso, o por volver al principio, una película que entiende el cine como, en efecto, un signo abierto para vivir con él. Y ello gracias a un actriz con trabajos anteriores como ‘Trote‘ o ‘Apagón‘ que, sin duda, merece más. Merecemos más de ella.
Source: elmundo.es