El pasado viernes, un thriller sobrio y modélico sobre las desgraciadas y continuas muertes de mujeres a manos de hombres se hizo con el premio a la mejor película del año en Francia. En medio de la fiesta y el prestigio internacional creciente del cine español gracias a los galardones para As bestas y Pacifiction, la gran sorpresa de la ceremonia de los César la dio La noche del 12, película de Dominik Moll que, pese a sus diez candidaturas, en modo alguno figuraba como favorita frente a El inocente, de Louis Garrel y, precisamente, Pacifiction.
El otro gran imprevisto, y ese nos atañe en el terreno de la distribución, la exhibición y la comunicación, es que mientras cada año se estrenan infinidad de títulos franceses en las salas españolas (algunos, muy buenos; otros, espantosos), la ganadora de seis premios César no había pasado por los cines y se hallaba en la plataforma Filmin desde el pasado mes de diciembre. Y ello a pesar de la buena acogida de crítica y público del anterior trabajo de Moll, el formidable Solo las bestias (2019). Son los nuevos modos de mostrar y de ver cine.
La noche del 12
Dirección: Dominik Moll. Reparto: Bastien Bouillon, Bouli Lanners, Pierre Lottin, Théo Cholbi. Género: policiaco. Francia, 2022. Plataforma: Filmin. Duración: 114 minutos.
La respuesta a uno y otro asunto —la ausencia de estreno en los cines españoles y el triunfo en los César— puede estar en las muy especiales características de la película. En primer lugar, La noche del 12 es un policiaco procedimental en torno al asesinato de una joven, quemada viva tras ser rociada con gasolina por un encapuchado en medio de la madrugada del día 12 del título. Una obra de noble y rigurosa que, desde el primer minuto, se encarga de bajar las expectativas con respecto a la intriga y al entretenimiento pasajero del espectador: “Cada año, la policía judicial abre [en Francia] más de 800 investigaciones por asesinato. Casi el 20% queda sin resolver. Esta película relata una de esas investigaciones”.
Es decir, como Zodiac y alguna otra gran obra reciente, esta es la historia de una obsesión policial y muy probablemente la de un fracaso. También, el retrato de unos tiempos descarnados. Mucho más, o al menos algo diferente, que un whodunit (quién lo hizo) o un true crime al uso. Una película de tesis extraída de un hecho real que acaba lanzando una teoría espeluznante: cualquiera de los hombres que rodeaba a la chica fallecida en su vida personal podría haberlo hecho. Mujeres muertas en un mundo de hombres y, además, con investigaciones llevadas a cabo por hombres. Policías que vuelcan en el trabajo sus propias oscuridades e inseguridades, en un ambiente en el que siempre hay una pregunta, una afirmación, una duda de un, en principio, buen hombre, que le acaba delatando como otra cosa. Violencia de género en toda su extensión: desde la más ligera a la más brutal, todas lo son. Y una sociedad comandada por una masculinidad tóxica por la que, eso sí, y como se encarga de mostrar la historia, algunas mujeres se encuentran particularmente atraídas: por dependencia social, por amor, por deseo.
En las películas de Moll, sobre todo en las dos mejores, Lemming (2005) y Solos las bestias, siempre hay una atmósfera inquietante y malsana, turbia y atractiva. Aquí, comandada por la estampa del joven jefe de la investigación dando insistentes vueltas a un velódromo en su bicicleta de carreras. Una imagen punteada por unas cuantas notas de guitarra triste, y revelada con fotografía de tonos ocres, ásperos y sucios. Como un ratón en una jaula que no es sino nuestra propia contemporaneidad.
La frustración de la policía es la del propio espectador, y eso no es muy comercial, lo que quizá haya provocado su ausencia en los cines españoles. Pero, aún más, esa frustración es la de las mujeres, a las que siguen matando cada día.
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Source: elpais.com