Pere Aznar: “Sin el alcohol probablemente no hubiera sido cómico, no me habría atrevido”

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El humorista valenciano, que confesó ante Buenafuente y toda España que era alcohólico desde los 13 años, publica ‘Beber’: “Ni la vida ni mi vida son una coña constante”

El humorista y guionista valenciano Pere Aznar.ALBERTO DI LOLLI

“Hola, soy cómico alcohólico y soy autónomo”. Risas. Pere Aznar no levanta la mano para presentarse en Alcohólicos Anónimos, sino que primero se puso frente a Andreu Buenafuente para confesar que llevaba 67 días sin beber y ahora publica libro (Beber, de Penguin Random House) admitiendo ante toda España que al año volvió a caer. Hoy damos fe de que ya no ingiere cerveza sino café: “Te ríes y te sabe mal reírte”. Nos reímos, claro.

Vamos con la presentación seria. Pere Aznar es un humorista y guionista valenciano que con 13 años comenzó a beber compulsivamente porque no se le ocurrió mejor idea para relacionarse con sus amigos. Pere Aznar es un alcohólico que durante el confinamiento por la pandemia le fue infiel a su entonces mujer: “Metí a mi amante en casa y me lo follé cada día intensamente delante de mi familia” (el amante era el whisky). Pere Aznar es el padre que aprovecha el domingo soleado para emborracharse en la terraza de un bar con su hija delante. Pere Aznar es el amigo que se presenta borracho en el tanatorio y con drogas en el bolsillo de la última juerga. Y que le dice a su amigo cadáver: “Creo que me has salvado la vida y es una putada que para ello hayas tenido que irte”. Aquel día se miró al espejo del baño (el del tanatorio, sí) y decidió dejar de beber.

Y si se lo están preguntando, a Pere Aznar lo han visto en la tele borracho, aunque no se hayan dado cuenta. Es lo que él mismo define como un “alcohólico funcional“, al que beber “no le impide continuar con su vida y cumplir con sus responsabilidades”. Porque, como puntualiza, lo importante no es el número de copas: “El problema no son las copas que te bebas sino la razón que te lleva a beberlas, el motor que te impulsa a sentir que esa copa que tienes delante es la que te da eso que tú ahora mismo no tienes, esa manera de afrontar la vida que sin esa copa delante te parece inabarcable”.

Escribe que “la ecuación es tan simple como jodida y difícil de explicar: beber y ser un trozo de mierda en consecuencia te lleva a seguir bebiendo para no sentirte culpable por beber y ser un trozo de mierda en consecuencia”. Y de eso va su historia, de “un chavalín con una infancia atropellada, con unas inseguridades grandes que cae en una adicción para agarrarse a algo”. Que crece bebiendo y tapando con el alcohol la mala relación con su padre, el vacío de no tener un grupo de amigos fijo, el abismo de la paternidad…

El alcoholismo tiene mucho que ver con la soledad, como casi todas las adicciones. Nadie se pasaría siete horas en una cafetería a base de cafés, pero sí bebiendo copas solo y siendo el tío más feliz del mundo. No te hace falta nadie ni nada porque el alcohol hace muchísima compañía”, reflexiona Aznar. Y recuerda lo que le dijo un día un terapeuta: “Las drogas son muy malas porque son muy buenas. Si fueran una mierda nadie se engancharía, pero son efectivas y te dan lo que buscas al instante”.

Por eso él asume que necesitó ir a terapia cuando ya llevaba un tiempo sin beber y comenzó a ver el mundo sin la cortina del alcohol. “Cuando no bebes ya no es una novedad en tu vida, sino que es, simple y llanamente, el resto de tu descafeinada, desalcoholizada y desasosegante puta vida. Ahí es cuando la cosa se pone cuesta arriba”, cuenta en el libro.

También ha pasado miedo, porque hay una pregunta inevitable. Para quien ha entrado en la adolescencia con el alcohol presente, para quien el primer beso llegó estando borracho y para quien inició su carrera profesional de cómico sin estar sobrio, ¿habría sido posible hacer reír a la gente sin el alcohol de por medio? “Me he hecho esa pregunta, y sin alcohol probablemente no habría sido cómico. De niño siempre tuve una necesidad imperiosa de llamar la atención, algo que forma parte del ego del cómico, pero a lo mejor no me hubiera atrevido nunca. No sé si hubiese sido cómico, pero tengo claro que no beber ha hecho que mi cabeza funcione mejor y ahora no me plantearía que soy peor cómico por no beber. Todo lo contrario, pero me daba miedo dejar de beber y no ser divertido“.

De hecho, si algo tiene claro en este “proceso de deshabituación” (desintoxicación se asocia al estigma, afirma) es que lo más difícil ha sido “volver a encontrar un sitio en el mundo”. “Desde los 13 años había construido toda mi personalidad en torno al alcohol y, cuando con 39 años decides cambiar un hábito tan loco que te convierte en dicharachero y extrovertido y estás un año sin beber, de repente te das cuenta de que a lo mejor eres un tipo huraño al que le apetece caminar y estar solo”. El humorista que se consideraba divertido y que tal vez no lo era tanto.

El siguiente reto fue el libro. “Me he descojonado y he llorado un montón delante del teclado. Manejar ese equilibrio entre la comedia y el pudor me costó mucho. Una vez arranqué con las primeras 60 páginas y encontré el tono, el resto han sido páginas vomitadas, aunque suene paradójico. Muchas vomitadas a muchas horas, con cero rutina. Ha sido duro, pero he conseguido un equilibrio entre contar una verdad dura y reírme de ella”.

¿Había otra opción que no fuera relatar un drama semejante desde la autoparodia? “No quería que fuera un libro gracioso y no lo es. Ni la vida ni mi vida son una coña constante, aunque es cierto que mi cerebro siempre buscará un alivio cómico, pues de lo contrario vivir sería insoportable”. Lo de no quitarse nunca el traje de humorista ya se lo echaba en cara su psicóloga… “Todo el rato, pobrecita”.

Cómo gestionar si no la imagen de una niña bebiendo un colacao junto a su padre tomando un whisky (uno detrás de otro, en realidad). “Si miras a tu alrededor, cuántas personas beben con sus hijos. Todas. En mi caso, por circunstancias vitales pasaba los fines de semana con mi hija pequeña mano a mano y, como yo era capaz de beber de continuo y que no se me notara, pasaba ratos mágicos con ella mientras me emborrachaba”. Como confiesa en el libro, la niña se acabó convirtiendo en su “partenaire en mil juergas”.

Y qué juergas. Como aquella que estaba teniendo en pleno confinamiento y que no dudó en interrumpir cuando a la niña le dio un ataque de ansiedad en plena noche. El padre borracho fue quien no dudó en llevarla a la calle ignorando el toque de queda. “Es uno de esos momentos del libro que más me ha hecho pensar, porque si no hubiera estado bebiendo todo el día no lo hubiera hecho. Y fue maravilloso. Fue bonito haberme dado cuenta, haber parado, haberlo contado… Espero que a tiempo, y que no haya provocado un trauma a la niña, porque si no ya estoy ahorrando para el psicólogo”.

Bromas aparte, advierte de que lo suyo no es un manual para dejar de beber ni una moralina para demonizar el alcohol. Es solo una lección de honestidad de quien por el camino de retorno del infierno aprendió que no era tan mala persona como pensaba. Aunque no se haya quitado la manía de llevar en el bolsillo los bastoncillos de las orejas usados. “Puto adicto de mierda”. Risas.

Source: elmundo.es

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