Desde el caballete nos observan Rosa Chacel, Rafael Alberti, Carmen Martín Gaite, Gonzalo Torrente Ballester. Son las caricaturas que Fernando Vicente (Madrid, 59 años) está preparando para una baraja literaria. Su estudio está lleno de libros, de fotos, de archivadores y de pinceles. Siempre trabaja de pie, ya sea en su faceta de ilustrador o de pintor. Autodidacta, lleva cuatro décadas de profesión, desde sus inicios en la Movida, muy vinculado al mundo de la literatura, y también a este periódico. El libro de gran formato y preciosamente editado El arte de Fernando Vicente (Norma Editorial), uno de esos que quedan bien en la mesa del salón, repasa esa trayectoria.
Pregunta. Viniendo de la redacción, este estudio es un remanso de paz.
Respuesta. Este es un trabajo bastante solitario, llevo muchos años trabajando solo. Cuando parece que no vienen encargos te entra un tembleque, esa cosa de los freelance. Y eso que llevo 40 años en esto. Pero al final van saliendo cosas y vas enlazando.
P. ¿Cuántas horas echa aquí?
R. Pues muchas. Aunque ahora procuro que sean menos. Trabajé en publicidad a finales de los ochenta, como director creativo, y me acostumbré a fichar. Vivo enfrente y durante muchísimo tiempo venía a las nueve de la mañana y me iba a las nueve de la noche.
P. Eso es casi estajanovismo.
R. Pero es que mi trabajo me gusta, así que no vengo a disgusto. A no ser que tenga un encargo de esos fatídicos… Por lo general vengo a pasármelo bien.
P. El tiempo cunde mucho más cuando uno trabaja por su cuenta.
R. Precisamente dejé la publicidad, cuando era muy buen momento y estaba en una gran multinacional, por las reuniones. Me parecían una pérdida de tiempo. Las mejores campañas solían acabar en la basura: siempre había alguien presente que opinaba en contra. Lo terminé dejando. Y me alegro mucho.
P. En su libro se deja constancia de su evolución artística. ¿Cómo ha sido?
R. Empiezo en los ochenta haciendo cómic en las revistas Madriz y La Luna de Madrid. También carteles, pósteres, en esa época tengo una línea muy reconocible. Yo no fui a la Facultad de Bellas Artes, aprendí por mi cuenta, trabajando y yendo por las noches al Rock Ola. Tratando de estar a la última, de ser moderno.
P. Le llamaban “el chico de las hombreras”.
R. Hay quien piensa que eso es porque las hombreras salían en mis dibujos. ¡Pero es que llevaba esas hombreras!
P. ¿Cómo ve ahora ese asunto tan peliagudo?
R. Eran horrorosas. Me veo en fotos y me digo: ¿cómo es posible que yo haya ido así? Pero eran la moda de la época, muchos las llevábamos.
P. Me veo obligado a preguntarle por la Movida. Hasta le entrevistó Paloma Chamorro en el programa de televisión La Edad de Oro.
R. La visión que hay ahora es un poco exagerada. Era una época de juventud muy intensa, pero tampoco tenía la sensación de que estaba sucediendo un fenómeno que pasaría a la historia. Ahora la juventud también hace cosas, supongo que la diferencia es que veníamos de una etapa muy larga y muy gris.
P. O sea, que empezó con los cómics.
R. Sí, y había mogollón en aquella época: El Víbora, El Cairo, Cimoc, 1984, Madriz… Los quioscos estaban llenos de cómics. Pero hubo una crisis que se llevó gran parte por delante. Así que me reciclo en publicidad. Ahí hay un parón estilístico, como de diez años, y luego ya retomo, regreso a la ilustración, por ejemplo, trabajando para EL PAÍS.
P. ¿Qué hacía?
R. Empiezo ilustrando las columnas de opinión de Elena Ochoa y Almudena Grandes en los dominicales. Y luego en Babelia. Entonces no había internet y me mandaban los textos por fax. Ya es el estilo que se me reconoce ahora y que no trata ya de ser especialmente moderno. En los últimos años estoy haciendo mucho libro ilustrado, que ya no es solo para niños, sino para adultos, como los que hago para editoriales como Nórdica o Reino de Cordelia. Hace unos años las editoriales pedían fotos, o mucho diseño. Ahora son ilustraciones: los ilustradores hemos llenado las librerías de color.
P. ¿De dónde viene su fuerte vinculación con la literatura?
R. Supongo que viene del trabajo para Babelia, donde he hecho más de 90 portadas. Además de las caricaturas de escritores… Eso lo ven las editoriales, te encargan portadas de libros, o trabajos para las ferias.
P. ¿A qué achaca el actual auge de la ilustración?
R. Visito con frecuencia escuelas de ilustración y hay chavales a centenares, muy jóvenes. Las redes sociales tienen mucho que ver con esto, porque por ahí se difunde mucha ilustración, gente muy buena que llega a todo el planeta. Yo a través de redes vendo reproducciones a todo el mundo.
P. ¿Cómo empezó este auge?
R. Siempre le reconozco el valor como pionero al ilustrador Jordi Labanda, que genera, hace muchos años, un verdadero fenómeno fan. Las chicas llevaban la carpeta forrada con sus ilustraciones. Cuando yo contaba que era ilustrador, alguna chica joven me preguntaba si conocía a Jordi Labanda, con auténtico amor. Eso hace que compañías grandes empiecen a buscar sucedáneos de Labanda. Pero es que antes era imposible anunciar algo con una ilustración y no con una foto.
P. ¿Para qué sirve un ilustrador si tenemos inteligencia artificial?
R. Yo estoy flipando un poco, la verdad. No estoy preocupado, porque tengo trabajo. Pero las posibilidades que tiene son flipantes. Mi mujer hizo la prueba en uno de esos programas, el Midjourney, le dio unos parámetros parecidos a unos cuadros que tengo yo de geishas (y que he vendido muy bien en una de esas ferias que rodean a Arco), y aluciné con el resultado. Supongo que también acabaremos leyendo libros escritos con IA. No sé cómo lo estaréis llevando vosotros.
P. Yo, aterrorizado.
R. Y es que no sabemos dónde va a llegar, porque solo está empezando… Siempre da la impresión de que hay alguien detrás, pero es que no hay nadie detrás. Eso sí, peca un poco de hortera.
P. Quizás en el futuro el ilustrador será simplemente la persona que da las instrucciones. Como esos artistas, tipo Damien Hirst o Jeff Koons, que no hacen las obras, sino que las encargan a su equipo.
R. La inteligencia artificial lo iguala todo un poco, te diré. Y luego está la pintura, que yo creo que eso nunca lo logrará suplir. Al menos en principio, porque nunca sabes. La escultura sí, ya se está haciendo escultura que se imprima en 3D.
P. ¿Por qué le gusta ilustrar?
R. Es una pasión infantil. En mi familia hay algo como genético, como quien tiene oído. Yo conozco una familia en la que todos tocan y cantan. En mi familia todos dibujamos más o menos bien. Mis hermanas todas dibujan. Mi madre ha empezado hace poco y se le da muy bien, como que lo tenía dentro. Mi abuelo hizo Bellas Artes y acabó en la Guerra Civil de ebanista, haciendo hélices de avión. Siempre quise ser pintor. A lo de ilustrar me llevó la vida.
P. Pero, ¿por qué le gusta pintar en el momento en el que pinta?
R. Lo disfruto mucho. Es un trabajo en el que lo tengo que hacer todo yo, y además mi obra es muy figurativa, lo que me resulta muy entretenido. Tengo un archivador lleno de recortes, con fotos organizadas por categorías: coches, perros… Soy de una época preinternet, y había que trabajar así. Del periódico me tenían que enviar las fotos para los retratos. ¡No me iba a inventar a Rosa Chacel!
P. La tecnología lo ha cambiado todo.
R. Mi trabajo ha cambiado mucho, para mejor. Yo he perdido muchos dibujos llevándolos de un sitio a otro: ahora los escaneo y los mando, ni siquiera salen del estudio.
P. Cuando se adapta al cine una novela, el autor suele tener queja. No sé si también ocurre cuando usted lo ilustra.
R. Generalmente son autores muertos. Pero tengo algunos con Arturo Pérez-Reverte, con Marta Sanz, con Alejandro Palomas o Fernando Royuela. Nunca he tenido ningún problema. Siempre advierto que mi trabajo es independiente, que me tienen que dejar hacer. Y si no va a ser así, prefiero no hacerlo. Llevo mucho tiempo en esto: si me lo encargan se supone que confían en mi criterio.
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Source: elpais.com